Un reconocimiento a grandes arquitectos chilenos
Recorrido por sus obras y legado
La ciudad de Santiago de Chile, al igual que otras capitales latinoamericanas, fue uno de los grandes laboratorios urbanos del movimiento moderno durante el siglo XX. La visión innovadora de destacados arquitectos y urbanistas transformaron una ciudad colonial en una urbe que abrazó la modernidad como un sueño utópico, por lo que el reconocimiento de estos actores es clave para comprender nuestro pasado y proyectar un futuro más sostenible. La publicación “Premio Nacional de Arquitectura – Chile”, de @edicionesbabieca, la cual rescata la vida y obra de los 30 arquitectos chilenos que han obtenido este premio, es una investigación inédita que sin duda contribuye a la puesta en valor del trabajo de estos profesionales del habitar.

La periodista Bárbara Vicuña conoce desde cerca el mundo de la arquitectura, pues trabajó durante años en una revista –hoy desaparecida– donde tuvo la oportunidad de entrevistar a muchos arquitectos. “Creo que conversar con arquitectos me abrió la mente y me enseñó a observar”, señala Bárbara, lo que inevitablemente la llevó a mirar la ciudad con otros ojos y a valorar que aporte que cientos de arquitectos realizaron para la configuración de la ciudad que hoy conocemos. Este interés por nuestra historia urbana coincidió con que en 2019 se cumplieron 50 años desde que el Colegio de Arquitectos otorgara el Premio Nacional de Arquitectura por primera vez, situación que entusiasmó a Bárbara y a su equipo de Babieca Ediciones para investigar y rescatar la historia detrás de los 30 arquitectos que han ganado este premio a través de los años.

Un siglo entre fachadas neoclásicas, geometrías absolutas y jardines verticales
Es difícil pensar que un edificio neoclásico de inicios de la década de 1920, repleto de volutas de yeso, grandes columnas imponentes y cúpulas afrancesadas recubiertas de tejuelas metálicas, pueda albergar en su interior un esbozo de modernidad que pasa totalmente desapercibido al ojo del transeúnte. Es el caso del edificio del ex Hotel La Mundial, proyectado por los arquitectos Rodulfo Oyarzún Philippi y Alberto Schade, entre 1920 y 1923 en el nuevo barrio de La Bolsa, en pleno centro de Santiago. La modernidad de este edificio no se encontraba en sus salones y habitaciones, sino que más bien en su estructura de hormigón armado (cemento y acero) que le otorgaba un soporte antisísmico a la ornamentación sobrecargada tan característica de la Belle Époque criolla.

Lentamente, Santiago fue recibiendo más y más obras de arquitectura que exploraban una incipiente modernidad nacional. El edificio de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile, proyectado por el arquitecto Juan Martínez Gutiérrez entre 1934 y 1938, se transformó en un hito urbano del barrio Bellavista, imponiéndose junto al río Mapocho con su gran pórtico de cuatro alturas y su torre del reloj; todo diseñado en un lenguaje moderno, simple y geométrico. Ese mismo año se inauguró el Estadio Nacional en Ñuñoa, hito de la arquitectura moderna en Chile, y con él se modernizó también el Barrio Suárez Mujica ubicado frente a él, donde arquitectos como Abraham Schapira y Raquel Eskenazi, Mauricio Despouy, Viterbo Castro y Luciano Kulczewski desarrollaron viviendas unifamiliares funcionales que apostaron por el diseño más que por su materialidad para satisfacer las necesidades de una creciente clase media ilustrada.
A mediados de siglo, el problema habitacional, expresado antiguamente en los conventillos y cuya solución contemporánea fueron los cités, hacía necesaria la búsqueda de nuevas ideas que permitieran disminuir esta crisis constante de las familias más desposeídas. Fue así como la oficina de arquitectura BVCH, conformado por los arquitectos Carlos Bresciani, Héctor Valdés, Fernando Castillo y Carlos Huidobro, diseñaron una serie de conjuntos habitacionales inspirados en los postulados de la desaparecida escuela alemana de la Bauhaus y en las unidades de habitación modernas diseñadas por Le Corbusier en Europa, contribuyendo así a la materialización del concepto de “vivienda digna” para sus futuros moradores. Una de las obras más destacada de esta oficina es la Unidad Vecinal Portales, construida entre 1954 y 1966 a un costado de la autopista General Velásquez y muy próxima a la Quinta Normal de Agricultura. Este conjunto, el cual cuenta con bloques de departamentos y casas unifamiliares, destaca por su propuesta urbana en base a patios comunes conectados con rampas y pasarelas que comunican los diferentes bloques. La calidad constructiva de sus edificios, la incorporación de arte moderno en la propia arquitectura y la buena distribución de los espacios interiores de las unidades de vivienda, entre muchos otros aspectos, lo ubican como una de las grandes obras modernas residenciales del Santiago del siglo XX.

Toda la efervescencia utópica de la arquitectura moderna de fines de los ’60 y principios de los ’70 cambió de foco en los ’80, donde la actividad económica pasó a ser el factor determinante en la concepción de la nueva arquitectura. Esta es la época de los centros comerciales urbanos, donde se desarrollaron los famosos “caracoles” en comunas como Ñuñoa, Providencia y Las Condes. En contraposición a este modelo ascendente y que tendía a desconectar al peatón de la misma calle, el arquitecto Mario Pérez de Arce Lavín diseñó en 1982 un edificio comercial en parte de los terrenos del antiguo convento de la Merced, donde recuperó la idea de las galerías comerciales de los años ’40 y ’50 del centro de Santiago y, a su vez, proyectó un edificio de sólo ocho pisos que no competía ni con las torres de la iglesia de la Merced ni con la altura de lo que quedaba del centenario convento.

La vuelta a la democracia nos trajo también una visión menos utópica de la arquitectura moderna, pues sus problemas de adaptación a la idiosincrasia nacional eran cada vez más evidentes: falta de mantención en muchas edificaciones, problemas de convivencia en grandes conjuntos residenciales, mal uso de espacios públicos comunes, entre otras dificultades, demostraban que al aplicar en comunidades específicas visiones estandarizadas e internacionales de modos de vivir, tarde o temprano las particularidades de la propia comunidad entrarían en conflicto con la rigidez de estas normas importadas. Esta época de reflexión y cambio trajo también innovaciones tecnológicas en la arquitectura, pues el medio ambiente pasó a ser parte fundamental de una buena ecuación entre calidad de vida y visión de futuro. Así lo reflejó el Edificio Consorcio Santiago, proyectado por los arquitectos Enrique Browne y Borja Huidobro en 1990 junto al canal San Carlos, cuyo principal aporte es la incorporación de una jardinera vertical que actúa como una doble piel, filtrando la radiación solar del poniente en los meses calurosos de la primavera y el verano, y que cuya superficie equivale a la totalidad de los jardines de las casas que fueron demolidas en ese sector. Se buscaba así evitar la deforestación que muchos proyectos inmobiliarios generaban –y aún generan– al construir proyectos invasivos en los antiguos barrios con jardines de la ciudad.

Con la llegada del siglo XXI, la naturaleza como parte inherente de la ciudad pasó a consolidarse como la nueva temática que la arquitectura y el urbanismo debían abordar. El Parque Bicentenario, proyectado por el arquitecto Teodoro Fernández entre 2007 y 2011, es un ejemplo de parque contemporáneo, donde las áreas verdes, topografía, conexión vial y propuesta programática se fusionan en una sola pieza integradora, sirviendo de nexo entre situaciones urbanas de compleja solución práctica.
Otra forma de poner en valor nuestro patrimonio
La protección de edificios y barrios patrimoniales es una de las formas que existe para conservar nuestro legado hacia futuras generaciones. Por otro lado, la documentación y publicación de material histórico también es una manera de poner en valor este patrimonio, pues permite conectar a diferentes personas, las cuales no necesariamente ligadas al mundo de la arquitectura, con ideas y conceptos propios de esta disciplina. Así lo creen en FVB, quienes han apoyado con mucho entusiasmo este trabajo de investigación, pues vincula pensamiento crítico de la arquitectura con cualidades patrimoniales de ciertas edificaciones, lo cual repercute directamente en la calidad de vida de las personas; aspectos que FVB considera fundamentales para lograr ciudades sostenibles.

Uno de los socios de FVB, Benjamín Vicuña, plantea que en algunas ocasiones “es necesario contar con el material físico para que una idea se mantenga en el tiempo”, ya que en nuestra era digital y desechable se genera constantemente contenido efímero que termina desapareciendo sin dejar rastro. La publicación de este libro es, en palabras de Benjamín, “una linda manera de sacar a la luz obras y nombres que quizás uno, o la gente que no está ligada al mundo de la arquitectura, no conoce a cabalidad”. Así también lo cree Bárbara, quien ve en este libro “una invitación a observar, valorar y cuidar nuestro patrimonio. Es nuestro gran orgullo, ya que muestra lo mejor de nuestro trabajo, con una investigación profunda, una redacción amena y entretenida, excelentes fotos y un diseño precioso”.

Los 100 años del siglo XX santiaguino nos muestran la evolución de un pensamiento y la materialización de un sueño. Los arquitectos ganadores del Premio Nacional de Arquitectura fueron, y siguen siendo,los diseñadores de la escenografía donde se desarrolla nuestro actuar cotidiano. El reconocimiento de su labor social y de su trabajo profesional es una manera de poner en valor una disciplina fundamental para el desarrollo del ser humano, pues, dado que el habitar es una de nuestras necesidades más básicas, su evolución debe ser estudiada constantemente para proveer soluciones oportunas y pertinentes a cada generación.
Arbotante – Arquitectura & Patrimonio