LOS RECORRIDOS DE UNA CIUDAD LABERINTO

Valparaíso en movimiento

  • Textos: Andrés Morales.
  • Fotos: Verónica Aguirre

El puerto de Valparaíso es mucho más que un puerto. Sus cerros, quebradas y el borde costero fueron los límites naturales de una ciudad que creció al amparo del comercio marítimo y bajo la mano de distintas oleadas de inmigrantes. Hoy en día Valparaíso espera pacientemente un plan que la revitalice y que ponga en valor un patrimonio que va más allá de sus casas y monumentos públicos.

La historia urbana del puerto de Valparaíso se remonta a los orígenes de nuestro país como colonia española. En 1544, tres años después de la fundación de Santiago, el conquistador Pedro de Valdivia designó a la bahía como el puerto oficial de la nueva Capitanía General de Chile, transformando el territorio ocupado por el pueblo chango en una incipiente metrópolis. Se construyeron muelles, almacenes, recintos militares, iglesias, locales comerciales y viviendas para los nuevos “porteños”. Con el tiempo, aparecieron los teatros, las bibliotecas, los clubes y los salones de baile, perfilándose así la ciudad como un lugar de intercambio cultural entre la comunidad local y los marineros que visitaban el puerto por trabajo. 

Desde sus orígenes, la necesidad de habitar en una geografía abrupta hizo del urbanismo porteño un enorme desafío. Si bien existía un espacio plano bajo los cerros y frente al mar –conocido como “el Plan”-, éste no era suficiente para albergar todos los servicios que la ciudad debía generar para su funcionamiento, por lo que las edificaciones fueron trepando naturalmente hacia los cerros aledaños. La construcción en pendiente requirió de enormes esfuerzos de arquitectura e ingeniería, pues era necesario sostener el cerro con muros de contención y diseñar un trazado vial que permitiese acceder a pie y en carreta hacia los barrios ubicados en las partes más altas de la ciudad. Dado que los nuevos caminos debían serpentear para salvar la pendiente, ascendiendo muy lentamente por las laderas de los cerros, se construyeron innumerables escaleras para conectar peatonalmente los cerros con el Plan de manera más eficiente. La arquitectura porteña fue integrando esta necesidad de conexión en sus diseños, donde las escaleras pasaron a ser parte integral de las edificaciones y se generaron, espontáneamente, pasajes público-privados inéditos hasta entonces en nuestro país.

Ejemplos de este tipo de construcciones hay muchos en el puerto. Uno de ellos es el Colectivo Habitacional Favero, construido en 1912 a los pies del Cerro Florida por el arquitecto italiano Giacondo Favero para el empresario de la misma nacionalidad, Mauricio Schiavetti. Este edificio destinado a la clase obrera aprovechaba de manera muy ingeniosa la pendiente natural del cerro, generando viviendas en distintos niveles que se comunicaban a través de un sistema interno de escaleras abiertas a la comunidad. De esta forma se solucionaba un problema de vivienda y a la vez, uno de conectividad entre distintos sectores de la ciudad. Otro ejemplo notable es el Edificio Bavestrello, construido por otros integrantes de la colonia italiana para solucionar el problema habitacional obrero de la época. Fue encargado por el empresario Luigi Bavestrello al arquitecto Emilio Cuneo Devoto a mediados de la década de 1920 y fue terminado en 1927. En él, al igual que en el Colectivo Favero, la escalera interior del edificio genera un pasaje público que conecta el Plan con el Cerro Alegre, conectando así dos zonas de difícil acceso.

La movilidad dentro del Plan también era vital para mantener a la ciudad funcionando. En 1863 se inauguraron los primeros tranvías de sangre, llamados así por los caballos que tiraban los carros sobre rieles. Estos tranvías funcionaron por años moviendo pasajeros y carga entre distintos puntos del plan, pero no resolvían el problema de acceso a los cerros. Como complemento a este sistema se construyeron ascensores mecánicos en distintos puntos estratégicos, siendo el primero de ellos el inaugurado en el Cerro Concepción en 1883. Los ascensores funcionaban como complemento a las escaleras públicas, transportando a los vecinos del puerto y sus pesadas cargas entre el Plan y los cerros. Se construyeron cerca de treinta ascensores en distintos lugares de la ciudad, transformando a Valparaíso en una de las ciudades más modernas de la Latinoamérica de fines del siglo XIX.

La posibilidad de moverse libremente a través de una geografía compleja transformó a Valparaíso en una ciudad dinámica y diversa, donde grandes casonas convivían con conjuntos habitacionales modestos y los almacenes de barrio surgían entre cementerios, cárceles y dependencias de la Armada. La mixtura social y de servicios pasó a ser una de las características principales del puerto, siendo el día de hoy un aspecto que se ha mantenido como parte de la identidad de sus habitantes.

El nuevo milenio trajo cambios a la ciudad. Varios ascensores dejaron de funcionar por falta de mantenimiento y el sistema de trolebuses urbanos sobrevivía a duras penas mientras parte del casco histórico era declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO y el peligro de la gentrificación acelerada alertaba a los vecinos de los cerros históricos. Veinte años después se ha ido encontrando un equilibrio entre el cuidado del patrimonio y la modernización de los barrios, donde ha sido posible recuperar los espacios interiores de casonas abandonadas como hoteles boutique o cafeterías sin arrasar con la autenticidad de los barrios y de su historia. También ha habido proyectos de recuperación de conjuntos habitacionales obreros de principios del siglo XX como viviendas sociales, siendo un caso emblemático el de la Población Obrera de la Unión del Cerro Cordillera. Este conjunto, construido en 1884, fue comprado y refaccionado por la benefactora Juana Ross de Edwards en 1894, quien agregó servicios higiénicos y mejoró su infraestructura para las nuevas familias residentes. Su recuperación entre 2003 y 2008 permitió salvar del olvido una construcción emblemática para nuestro país, conservando sus características sociales y poniendo en valor un patrimonio cultural excepcional.

A pesar de sus problemas de administración, Valparaíso continúa siendo una ciudad única en el mundo. Su arquitectura vernacular y su urbanismo espontáneo dieron forma a un laberinto de colores y materiales, donde cada rincón refleja la historia del puerto y de sus habitantes. Escaleras, ascensores y trolebuses son parte inherente de este paisaje de casas colgantes y grandes edificios públicos, por lo que merecen ser cuidados para traspasar este legado a las generaciones futuras.

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Arbotante – Arquitectura & Patrimonio.

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1 Comment

  1. 2selection el febrero 17, 2022 a las 10:35 am

    2accuracy

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